La estimada profesora de nuestros Cursos de Historia en La Manzana de las Luces, la historiadora María Saenz Quesada, anduvo profundizando la temática del tema que nos ocupa. Un tema que ha pasado desapercibido por el grueso de los argentinos ocupados en sus vacaciones y otros menesteres. Lo cierto que el Cruce de los Andes fue el instrumento táctico del que se valió el general San Martín para concretar los primeros tramos de su Plan Continental, una acción estratégica puesta al servicio de un objetivo superior: salvaguardar la Independencia Argentina, obtener las de Chile y Perú y garantizar la emancipación sudamericana, esto es, como dice la frase: la libertad para medio continente. Todos los parrafos de abajo son de su autoría y pertenecen a distintos artículos. En conjunto van "articulando" una interesante linea de pensamiento que es necesario divulgar.
Declarada la Independencia Argentina –en rigor, “de las Provincias Unidas en Sudamérica”, el 9 de Julio de 1816–, decisión política y jurídica en la que San Martín tuvo un papel insistente y relevante; las fuerzas libertadoras podrían cruzar los Andes no como un “grupo rebelde alzado en armas” sino como el ejército de una nación soberana que había roto vínculos con el monarca español Fernando VII.
La lucha que ya venía librándose desde 1810, y que cobró impulso a partir de la decisión del Congreso de Tucumán en 1816, era entre dos concepciones diametralmente opuestas: por un lado, la absolutista, que bregaba por mantener un mundo de súbditos obedientes y conformistas; por otro, la del poder limitado, que promovía la existencia de ciudadanos libres, formados en la cultura, las artes, las ciencias y la búsqueda del saber. La columna central del despotismo era la ignorancia y debía ser vencida por el Ejército Libertador y, luego, por los libros.
La hazaña se desarrolló en un contexto muy difícil. En Europa, vencido Napoleón Bonaparte, se había reimplantado el absolutismo en casi todo el continente. De los focos revolucionarios en Sudamérica, sólo el nuestro permanecía en pie. Fernando VII, restaurado en su trono, pretendía terminar con la “insurrección” y volver a sojuzgarnos por medio del yugo absolutista. El haberse animado San Martín, sus hombres y los pueblos de medio continente a continuar adelante con la lucha habla de su voluntad por mantener en vigencia “el grito sagrado” de la Libertad desde ese momento y para siempre.
La conmemoración de los 200 años de los primeros movimientos juntistas criollos en América del Sur (en Sucre, Chuquisaca y La Paz, el 25 de mayo y el 16 de julio últimos; Quito, el próximo 10 de agosto, y el año próximo, Caracas, Bogotá, Santiago de Chile, Buenos Aires y Dolores Hidalgo, México) constituye una oportunidad para observar el diálogo entre el pasado y el presente.
Bolivia ha celebrado los 200 años de la instalación de la Junta Tuitiva de la Paz con festejos populares y el encendido de la Tea de la Libertad, que evoca al jefe revolucionario, Pedro Murillo, en el patíbulo (su intento fracasó y fue condenado a muerte). El homenaje fue aprovechado por los presidentes Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa para ratificar su enfrentamiento con Estados Unidos, atacar a la jerarquía católica como aliada del poder de turno e invitar a los pueblos del continente a luchar hermanados por nuestra segunda y definitiva independencia.
¿Tambores de guerra o retórica populista? Lo cierto es que este abordaje de las celebraciones contribuirá a ahondar las divisiones que padece Bolivia, donde la visión de la historia desde la perspectiva de la confrontación, según el origen étnico, forma parte de la actualidad política.
El gobierno boliviano no acepta versiones criollas del pasado, sospechadas de ser oligárquicas. Rinde homenaje al movimiento de La Paz, encabezado por Murillo, que era mestizo, y del que participaron las comunidades indígenas, pero le niega un reconocimiento similar al de la ciudad de Sucre, donde se expresaron las rivalidades seculares entre la Audiencia, el Arzobispado, la universidad y el Cabildo, más que el reclamo popular contra el Imperio.
Por estas y otras razones, el bicentenario del movimiento de Chuquisaca se celebró dividido. En Sucre, se juntaron los opositores al gobierno de Morales y hubo tedeum y desfile cívico, mientras que Evo Morales se constituyó a más de 200 kilómetros, en la localidad rural de El Villar. En el escenario de las hazañas de la patriota Juana Azurduy de Padilla, y ante las comunidades y los sindicatos amigos convocados, el presidente aimara reivindicó a los líderes indígenas. Estos fueron relegados de la historia oficial, afirmó. Consideró también que la verdadera revolución fue la de Túpac Amaru Condorcanqui (Cuzco) y la de Túpac Catari (La Paz). Aquellas protestas iniciales contra el mal gobierno derivaron en una sangrienta guerra de castas.
Las afirmaciones enfáticas expresan parcialmente la verdad histórica, porque las rebeliones del Perú y del Alto Perú y las de la guerra de la Independencia no tuvieron un desarrollo lineal. Se construyeron en el día tras día, con más incertidumbres que certezas. Sus grandes y pequeños protagonistas fueron indígenas, mestizos, criollos y europeos, calificados unas veces de rebeldes, otras de leales, de patriotas o de represores. La gente cambió de bando con frecuencia. Además del compromiso con la ideología, influyeron los intereses personales y los de clase, los lazos familiares, los temores, la ubicación geográfica, las alianzas temporarias? El propio Murillo, protomártir del alzamiento de 1809, había formado parte del ejército virreinal que levantó el sitio de La Paz, asediada por las fuerzas de Túpac Catari.
Por otra parte, la historia oficial de los criollos no silenció las hazañas de los indios patriotas. Es el caso de la Historia de Belgrano , de Bartolomé Mitre, que rescata la valentía de los esposos Padilla y la participación de los caudillos indígenas en la Guerra de las Republiquetas. Afirma Mitre que gracias a la guerra librada en los valles altoperuanos se pudo declarar la independencia de las Provincias Unidas y se preparó el cruce de los Andes.
En la Argentina, como en Bolivia, también se nos ha recortado el festejo del 25 de Mayo. Ese día, como ha señalado Carlos Malamud en su artículo "Lugares comunes latinoamericanos", la presidenta Cristina Fernández de Kirchner eligió un emplazamiento heterodoxo, Puerto Iguazú, fundado hacia 1900. Así se escapó del protocolo tradicional y del escenario preciso, el Cabildo de Buenos Aires. Además, como anticipo del tono que revestirá la celebración de 2010, arremetió contra la República del Primer Centenario: "Los argentinos recordaron sus primeros cien años de historia con estado de sitio -dijo-. Era una Argentina sin trabajo, con mucha miseria, con mucho dolor, con un modelo político y social de exclusión".
Sin dudas que en el festejo del Primer Centenario hubo frivolidad, estado de sitio y un clima de violencia que había arrancado con la sangrienta represión del 1º de mayo de 1909. Pero había, además, expectativas generales de progreso y realidades concretas: los europeos inmigraban de a miles por año porque los salarios que se pagaban superaban a los de las economías europeas más prósperas (como lo ha demostrado Roberto Cortés Conde, en El progreso argentino ).
Por otra parte, los que se radicaban en el país tenían la oportunidad de enviar a sus hijos a la escuela pública y de participar de los beneficios del más efectivo plan de inclusión social de nuestra historia, aunque no se le diera ese nombre. Por eso, la tasa de analfabetos de la población argentina era según el censo de 1914 del 35%, mientras que en España alcanzaba el 59% y en las otras naciones de América del Sur, del 60 al 80% (Alejandro Bunge. Una nueva Argentina ). Hoy, después de crecer durante seis años "a tasas chinas", el plan de inclusión del que se ufana el actual gobierno argentino no ha logrado revertir la curva descendente de la calidad de la educación.
Es más: datos específicos comparados sobre la calidad de la educación en América latina y en el mundo, analizados por Alieto Guadagni, nos muestran ocupando un modesto lugar en lectura, ciencias, equipamiento escolar y otros ítems, en los que, en lugar de avanzar, se retrocedió.
Por todo eso, así como se ha iniciado en estos días un diálogo con los partidos políticos de la oposición y se ha admitido implícitamente el malestar social como lectura de las últimas elecciones, sería recomendable que la conmemoración oficial de la Independencia fuera permeable a establecer un diálogo más generoso con la historia, sin visiones maniqueas ni exceso de autoelogio.
Tanto las generaciones pasadas como el actual gobierno -que un día dejará el poder- se beneficiarían con una actitud más moderada, que dejara de lado los anacronismos y el uso político de la historia. Como propone Carlos Floria: "Leer la historia sin ira".
"¿Quién nos perdonará a nosotros?" La reflexión de Carlos Pellegrini cuando se debatió la ley de amnistía para los revolucionarios de 1905, todavía tiene vigencia.
Los mitos que envuelven al Cruce de los Andes son muchos. En general, lo que se aprende en la primaria es más o menos lo siguiente: San Martín cruzó por Mendoza, estaba muy enfermo e hizo parte en camilla (lo que acentúa su carácter de héroe casi no humano). También suele ser bastante extendido que hubo cientos de caballos y hombres muertos de la tropa durante el trayecto a Chile.
La historia, como se sabe, la hacen los protagonistas pero la escriben otras personas. En el caso de San Martín, el encargado de hacer la primera biografía importante fue Bartolomé Mitre, que publicó por primera vez en el año 1887. De allí parten muchos de estos mitos, que luego se mantuvieron en las currículas escolares.
Lo que surge de los documentos disponibles, de acuerdo al historiador Edgardo Mendoza, es lo siguiente: San Martín cruzó por San Juan, no hay registros de que estuviera enfermo en ese cruce, se murió un solo soldado durante la travesía, y 700 caballos, que estaban en muy malas condiciones por el tipo de pastura que hay en la altura, tuvieron que regresar, porque los baqueanos prefirieron no cruzarlos a perderlos.
La idea de San Martín de cruzar los Andes surgió ante la certeza de que no sería posible ganarles a los realistas por el Norte, debido a su superioridad numérica y la geografía de esa región, que era muy favorable a los soldados de la corona. Si bien en un principio la idea era ir hacia Chile para llegar por allí a Perú, el centro del poder español, en 1814 los chilenos perdieron la independencia -que habían declarado cuatro años antes-, así que de ser un paso amigable, el país trasandino se convirtió en un objetivo militar.
La preparación llevó algo más de dos años de trabajos febriles de toda la población cuyana. Era necesario formar un gran Ejército, pero también armarlo, vestirlo y aprovisionarlo. Para incrementar las filas de combate, San Martín compró todos los esclavos negros de San Juan, San Luis y Mendoza -233 en total-, con la promesa de que cuando terminaran las batallas serían libres. Además, gauchos y baqueanos se integraron en las tropas para guiarlas por los pasos más convenientes, y ellos conformaron luego el ejército de milicianos.
“La columna principal estaba compuesta por unos 5.000 hombres, de los cuales 3.700 eran soldados y 1.300 milicianos que conducían unas 10.600 mulas y 1.200 caballos, además de 450 reses destinadas a ser faenadas en el transcurso de la marcha”, calcula el historiador sanjuanino Edgardo Mendoza en su libro “San Martín y el cruce de los Andes”.
Para que la expedición fuera exitosa, había que disminuir la fuerza del ejército realista y San Martín -como buen militar de carrera- diseñó una estrategia que tenía mucho de epopeya: había que dividir la potencia española y para eso el Ejército de los Andes cruzó la cordillera por seis pasos diferentes. Dos columnas principales pasaron por Uspallata (Mendoza) y Paso de los Patos (San Juan) y cuatro más pequeñas, con objetivos desde el sur al norte de Chile: dos más por Mendoza, otra por San Juan y una por La Rioja.
En enero de 1817, las seis columnas del Ejército comienzan su marcha de forma escalonada: había un cronograma muy preciso que los generales debían respetar a rajatabla para llegar el 12 de febrero a luchar. El motivo por el cual parten en esa fecha es porque es el período del año en el que la cordillera “está abierta”, como dicen los pobladores, porque el resto del tiempo está intransitable por la nieve.
La alimentación y la vestimenta fueron centrales para mantener fuertes y abrigados a los soldados. Por las noches, se armaban campamentos a la intemperie, en donde los hombres dormían apelotonados para darse calor. La comida, además de pasas de uvas, patay, membrillo y las 450 vacas que fueron faenando en grandes asados que se hacían en algunos puntos específicos de la marcha, incluyó muchas provisiones de charqui. El charqui es carne cocida con sal al sol, que tiene un gusto un poco más fuerte que cuando está fresca, y se hidrata para preparar guisos y sopas.
La estrategia militar diseñada por San Martín fue impactante: el general argentino logró completar el cruce de más de 5.000 personas en menos de un mes, reorganizar el ejército en cuatro días, y ganar una batalla fundamental -Chacabuco- en pocas horas.
Esta estrategia ya había sido utilizada por Aníbal y Napoléon en los Alpes -que habían cruzado el cordón montañoso para dar pelea del otro lado-, aunque la diferencia con San Martín fue el tiempo que le tomó volver reunir a la tropa para pelear: a los dos primeros les había llevado entre tres meses y 45 días, y al argentino solo 4 jornadas.
Más que las batallas que tenía por delante, a San Martín le preocupaba cruzar la cordillera. “Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”, le escribió el general a su amigo Tomás Guido poco antes de partir.