Hace un tiempo atrás se indagaba en Buenos
Aires el futuro de lo que hoy es el mundo
Jean Daniel, periodista y ensayista francés, fundador hace más de tres décadas de la prestigiosa revista de centroizquierda "Le Nouvel Observateur", se indagaba a fondo en Buenos Aires hace apenas una década atrás. Lo curioso de la relectura de este reportaje (más allá de sugerirnos parabolas sobre el rol del pensador), es lo que se puede rescatar en estas líneas mencionadas en aquella oportunidad: "Israel es un caso particular de país –decía Jean Daniel-, porque su drama es haber conectado un libro sagrado con un territorio. Personalmente, pienso que en la medida en que exista una nación israelí, habrá una desaparición del pueblo judío... La Biblia les impone ser un pueblo de testigos y sacerdotes. Si uno es eso, no se puede ser un Estado. No se puede tener un ejército, ni siquiera para la defensa... Hay que ser testigos y sacerdotes, y nada más. Dios le encomendó a Israel una misión imposible". (Para insertar esta reflexión en el momento actual, simplemente ver cualquier noticiero de televisión de estos días, donde aparecen las imagenes de una guerra casi eterna y el titulares tipo "El horror del infierno")
La oscura identidad del concepto de nación
Jean Daniel que acababa de visitar por primera vez a la Argentina para presentar su libro "Viaje al fondo de la nación", se mostraba confiado frente a la resolución de estos conflictos. (Que eran los conflictos que se planteaban hace apenas diez años atrás). Pero en ese momento el pensador frances hablaba de estos proyectandólos en el tiempo y los ubicába entre la tradición y la modernidad y suponemos que aún cree que habitan en el interior de cada sociedad del Primer Mundo, y que serán los propios gobiernos los que habrán de encontrar las soluciones necesarias.
En conferencia respondió a estas
preguntas con las siguientes respuestas:
¿Usted piensa que la brecha creciente
entre ricos y pobres puede conducir a un gran desastre?
Pienso que el problema ya no existe entre un Norte rico y un Sur pobre. Esto ya está superado, con lo cual el problema se torna más grave, y, al mismo tiempo, tal vez menos dramático. Lo nuevo es que todas las sociedades llamadas del Norte tienen un Sur en su interior. Son sociedades con dos o tres velocidades; ya no están separadas unas de otras.
Bueno, eso no conduce a la esperanza...
Piensen que hoy existen países como Estados Unidos donde hay tres sociedades o tres velocidades: están los ricos, están los pobres que esperan volverse ricos y hay una tercera parte de la población que no espera nada. En este sentido, es más grave. Es un problema tan importante como el subdesarrollo de Africa o el del continente asiático. Estos pueblos antes vivían con la esperanza de que pudiéramos resolver sus problemas. Hoy esos problemas son nuestros.
¿Se refiere a los nacionalismos e integrismos violentos?
Yo pienso que el integrismo religioso –decia en ese momento- no nació de la nada ni es una barbarie original. Es una reacción puritana contra una agresión particular de la modernidad. No creo que estemos volviendo al siglo XIX, como opina mi amigo Regis Debray.
¿Dónde radica lo distinto?
En que el mundo del siglo XIX ignoraba algo esencial: la mundialización de los intercambios. Y ese es el fenómeno más importante de este siglo. ¿De qué estoy hablando? De que se acabaron las distancias gracias a los medios de comunicación. El planeta es una sola cosa. Por eso, para mí, el nacionalismo no es un retorno sino una reacción. Esto va a durar 10 o 15 años, durante los cuales sufriremos mucho porque se verán numerosas convulsiones, pero no tienen futuro porque solo están sostenidas por aquello que las provocó.
Al principio de su libro usted se pregunta si hoy tiene sentido el concepto de nación. ¿Qué se responde?
Me formulé esa pregunta hace diez años, cuando la ideología dominante era marxista o marxistizante, y llevaba a todos a pensar que la nación y la religión eran dos conceptos condenados a desaparecer. Esa visión de las cosas continuó mientras tuvo sentido, es decir, durante la guerra fría, mientras había oposición entre las dos superpotencias. Los intelectuales, y no solo ellos, creían que lo que reinaba eran los internacionalismos ideológicos.
¿Y no era cierto?
Sí, lo era en ese momento. Y pensaban que esos internacionalismos ideológicos habían destruido a los nacionalismos. El mundo entonces pertenecía a la potencia y a los ideólogos. Y la potencia y los ideólogos pertenecían a los imperios. Había una concepción imperial como en los tiempos del imperio bizantino, del imperio otomano, del austro-húngaro. La gran sorpresa se produjo con la caída del Muro de Berlín. La historia dudó en ese momento. Yo digo que la nación es algo misterioso y, por eso, apasionante. No se puede decir que es una lengua, porque hay naciones donde existen varias lenguas. Tampoco es una religión, por el mismo motivo.
Bien, ¿pero qué es una nación?
Como le dije antes, es algo irreductible a un elemento. Es un conjunto de recuerdos y de proyectos. No es la familia, no es la tribu, no es el grupo. En todo caso, no basta con eso. Es algo indispensable y, al mismo tiempo, plantea un peligro.
¿Por qué?
El gran peligro es que en algunos momentos no se puede hacer la diferencia entre nación y nacionalismo. El propio Charles De Gaulle, que era un conservador católico y burgués, se congratulaba de que la mitad de los franceses tuviera un origen extranjero, pero decía que no era lo universal democrático, como en los Estados Unidos, lo que hacía la unión de los franceses. Se necesita otra cosa, con el riesgo de que sea un nacionalismo. Es necesario que sea otra cosa, pero no tiene que ser el nacionalismo. Sobre eso me interrogo en mi libro: sobre esa otra cosa que no es el nacionalismo, pero donde precisamente reside el cimiento de la nación.
Recuerdo, para finalizar, que alguien sugirió lo siguiente:
"La lucha de clases que Chaplin satirizaba a principios del siglo pasado, sin poder evitar el trasfondo amargo de la sonrisa que provocaba, era la antesala de otros odios profundos que separarían a los hombres." Los nacionalismos, las etnias, los más viejos rencores y las más bajas pasiones vienen enfrentando a unos y a otros, al extremo de plantearnos una visión apocalíptica del futuro. Y esto es cierto porque sabemos, por experiencia, que todo futuro se construye en el presente y siempre es algo que está más allá de nuestros ideales. (J.B.)
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