26 may 2009

25 DE MAYO DE 2009-POR JUAN BAZAN







DIRECTIVOAS DEL MERCADO "EL PROGRESO" (LOS ORGANIZADORES DEL ACTO JUNTO A OTRAS ENTIDADES) ... ADEMAS DE IMAGENES DEL ACTO TRADICIONALISTA.


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Un instante de federalismo y tradición
en el interior de la gran urbe de cemento

Para los hombre y mujeres del interior, en el hábitat especifico del productor agrario, el contacto con la tradición es más constante. En las grandes ciudades, especialmente en Buenos Aires, este acercamiento está relacionado a muy pocas oportunidades. Muy de vez en cuando, la gente de ciudad, puede sentir en vivo aquello que aún desdibujado forma parte de nuestra identidad. Este fue el caso de un festejo tradicionalista que recordó entre gauchos y banderas aquel primer grito de libertad que se convirtió en la Revolución de Mayo de 1810.


El barrio de Caballito junto a sus vecinos revivió uno de esos pocos momentos casi mágicos que nos ofrece participar de las festividades patrias, donde como atropelladas por una necesidad, las imágenes del pasado brotan para vestir de asombro el momento presente.
Así sucedió durante los actos del “Festejo tradicionalista por la Revolución del 25 de mayo de 1810”; y precisamente sucedió en un barrio porteño, donde la ciudad hace sentir los rigores del gigantismo y del cemento.
Aquel lunes feriado se celebró el 199 aniversario de la Revolución de Mayo y el barrio de Caballito, como en muchos otros lugares del país, se unió a los festejos evocando aquel momento histórico con un nutrido desfile de carruajes antiguos, gauchos a caballos, carretas tiradas por bueyes y espectáculos que incluyeron la danza del pericón nacional (sobre el asfaltado de la avenida Rivadavia), y un gran despliegue de emoción mientras los altos edificios se poblaban de acordes de música folklórica y de nostalgias diversas.
El escenario elegido fue la Plaza Primera Junta (Rivadavia al 5400) donde una multitud de vecinos se unió espontáneamente al acto organizado en primera instancia por la gente del tradicional Mercado El Progreso (que ocupa el predio de Rosario Y Centenera desde 1894), que con entusiasmo y esfuerzo concitó variadas adhesiones de agrupaciones barriales y entes oficiales.
De todas formas, más allá del esfuerzo humano, el acto brillo simbólicamente por sí mismo como se puede ver en las imágenes que nos dejó. Ese día todo comenzó cuando en medio de una clara y desinteresada emoción de los participantes fue izada la Bandera Nacional. Algo del interior de la Patria, del federalismo tan declamado y pocas veces practicado, brotó en esos instantes mientras un cielo cambiante parecía danzar junto al ondear de la celeste y blanca y los caballos montados que se movía nerviosos. Una vez terminado ese acto, que fue solemne pero lleno de emoción espontánea, comenzó el desfile de gauchos a caballo, de carruajes antiguos tirados por uno o más animales, de acuerdo a las características del transporte que fue habitual y corriente en otros tiempos.
Más tarde en Guayaquil, entre Centenera y San José de Calasanz, comenzaron las carreras “de sortija”. Estos humildes “divertimentos” rurales de otros tiempos fueron protagonizados por más de una decena de habilidosos jinetes que demostrarán al público los esfuerzos de mantener viva una tradición que antaño era tan común y popular.
Para el observador interesado es un placer ver la sorpresa manifiesta en los más jóvenes y en los niños. También las miradas nostalgiosas que los que de alguna manera recuerdan. Este y no otro es el mayor premio que pueden recibir los que se esforzaron, para organizar en el barrio porteño tan alejado de esa realidad, este tipo de sensaciones antiguas que se niegan a desaparecer. Sensaciones e imágenes importantes porque renuevan nuestra esperanza de que esos espacios comunicantes, que unen a este presente desprendido de sus raíces, vuelva a reencontrase con un pasado lleno de enseñanzas.
En el interior del país, como decíamos al principio, estos reencuentros con la tradición no son tan extraños. Aquí en la ciudad todo es diferente. Los animales y los carruajes deben recorrer grandes distancias para llegar al lugar. El asfalto debe ser trabajosamente acondicionado –por más de cien metros- con arena para que los caballos puedan galopar. Estas calles son lugares peligrosos los animales, para el publico y por eso la seguridad debe extremarse. Las parrillas y los hornos del Mercado el Progreso deben trabajar jornadas extras para cocinar los platos criollos que se degustaron ese día.
Por eso decíamos que aquí en la ciudad de cemento y de altos edificios todo es diferente. Como no es el interior, ni el campo, sólo queda el viejo y querido sentimiento por lo nuestro. Esa nostalgia que perdura y que a pesar de parecer olvidada se la puede percibir más viva que nunca. Inevitablemente porque son nuestras raíces: las que convirtieron en propias los primeros pobladores que habitaron este suelo muchos siglos atrás y las que adoptaron los primeros descendientes de las oleadas inmigratorias. A todos ellos y a nosotros nos unió con el tiempo un mismo sentimiento, desparejo y en apariencia infantil, pero que desde muy adentro nuestro es lo único que nos puede proyectar al futuro.