15 may 2009

GRIPE - POR JOSE SARAMAGO

El actual flagelo de esta "gripe globalizada" no ha escapado
al agudo sentido critico del escritor portugues y Premio Nobel de Literatura.
Gracias a los "amigos" que nos enviaron este texto para publicar, tenemos el placer, debido a la coincidencia, y "el lujo" de poder contar en Agora 21 con algunas lineas originales de este reconocido autor. Señalamos como dice el escritor de Ceguera que "Todos está contagiando todo". Así es hoy el presente y somos ciegos para verlo y mucho menos para luchar por algún tipo de cambio posible.




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Dice Saramago: No sé nada del asunto y la experiencia directa de haber convivido con
cerdos en la infancia y en la adolescencia no me sirve de nada. Aquello
era más una familia híbrida de humanos y animales que otra cosa. Pero
leo con atención los periódicos, oigo y veo los reportajes de radio y
televisión, y, gracias a alguna lectura providencial que me ha ayudado a
comprender mejor los bastidores de las causas primeras de la anunciada
pandemia, tal vez pueda traer aquí algún dato que aclare a su vez al
lector.
Hace mucho tiempo que los especialistas en virología están convencidos
de que el sistema de agricultura intensiva de China meridional es el
principal vector de la mutación gripal: tanto de la "deriva" estacional
como del episódico "intercambio" genómico.
Hace ya seis años que la revista Science publicaba un artículo
importante en que mostraba que, tras años de estabilidad, el virus de
la gripe aviar de América del Norte había dado un salto evolutivo vertiginoso. La industrialización , por grandes empresas, de la producción pecuaria rompió lo que hasta entonces había sido el monopolio natural de China en la evolución de la gripe.
En las últimas décadas, el sector pecuario se transformó en algo que se
parece más a la industria petroquímica que a la bucólica finca familiar
que los libros de texto en la escuela se complacen en describir.
En 1966, por ejemplo, se contaban en Estados Unidos 53 millones de
cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, 65 millones de
puercos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso significa pasar de
las antiguas pocilgas a los ciclópicos infiernos fecales de hoy, en los
que, entre el estierco y bajo un calor sofocante, dispuestos para
intercambiar agentes patogénicos a la velocidad del rayo, se amontonan
decenas de millones de animales con más que debilitados sistemas
inmunitarios.
No será, ciertamente, la única causa, pero no puede ser ignorada.
El año pasado, una comisión convocada por el Pew Research Center publicó
un informe sobre la "producción animal en granjas industriales, en el
que se llamaba la atención para con el grave peligro de que la continua
circulación de virus, característica de las enormes varas o rebaños,
aumentase las posibilidades de aparición de nuevos virus por procesos de
mutación o de recombinación que podrían generar virus más eficientes en
la transmisión entre humanos".
La comisión alertó también de que el uso promiscuo de antibióticos en
las factorías porcinas – más barato que en ambientes humanos – estaba
proporcionando el auge de infecciones estafilocóquicas resistentes, al
mismo tiempo que las descargas residuales generaban manifestaciones de
escherichia coli y de pfiesteria (el protozoário que mató a millares de
peces en los estuarios de Carolina del Norte y contagió a decenas de
pescadores).
Cualquier mejora en la ecología de este nuevo agente patogénico tendría
que enfrentarse al monstruoso poder de los grandes conglomerados
empresariales avícolas y ganaderos, como Smithfield Farms (porcino y
vacuno) y Tyson (pollos).
La comisión habló de una obstrucción sistemática de sus investigaciones
por parte de las grandes empresas, incluidas unas nada recatadas
amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que
cooperaron con la comisión. Se trata de una industria muy globalizada y
con influencias políticas. Así como el gigante avícola Charoen Pokphand,
radicado en Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre
su papel en la propagación de la gripe aviar en el sudeste asiático, lo
más probable es que la epidemiología forense del brote de la gripe
porcina choque contra la pétrea muralla de la industria del cerdo.
Eso no quiere decir que no vaya a encontrarse nunca un dedo acusador: ya
circula en la prensa mexicana el rumor de un epicentro de la gripe
situado en una gigantesca filial de Smithfield en el estado de Veracruz.
Pero lo más importante es el bosque, no los árboles: la fracasada
estrategia antipandémica de la Organización Mundial de la Salud, el
progresivo deterioro de la salud pública mundial, la mordaza aplicada
por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos vitales y
la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria industrializada
y ecológicamente sin discernimiento.
Como se observa, los contagios son muchos más complicados que el hecho
de que entre un virus presumiblemente mortal en los pulmones de un
ciudadano atrapado en la tela de intereses materiales y la falta de
escrúpulos de las grandes empresas. Todo está contagiando todo.
La primera muerte, hace ya largo tiempo, fue la de la honradez. Pero
¿podrá, realmente, pedírsele honradez a una transnacional? ¿Quién nos
acude?