18 oct 2006

VERGUENZAS ARGENTINAS

Los hechos vergonzantes que envolvieron los actos del traslado de los restos de Perón a la Quinta de San Vicente no son explicables desde las comunes palabras. Ningún adjetivo sirve para calificar este tipo de realidades. Esta es una historia que se repite en el tiempo y que nos conecta con aquel escenario de El Matadero de Esteban Echeverría. Claro que aquello era una visión de 1830 y ahora estamos en el presente: como si nada hubiera ocurrido en ese inmenso transcurso de tiempo, como si nada hubieramos aprendido de tanta sangre y tanto dolor...
Por no tener palabras sanas para explicarnos, publicamos a continuación, una reflexión del amigo García Costa. Este texto fue escrito muchas horas antes de que comenzara el acto. Quizás refleje alguna realidad que lleve a alguna reflexión. Quizas sólo refleje el horror con que algunos argentinos enfrentamos lo que comienza a partir de hoy.

LA CURIOSA NECROFILIA DE LOS ARGENTINOS

Por Víctor O. GARCIA COSTA

El culto a los muertos es tan antiguo como la humanidad. Somos estrictamente respetuosos de ello a pesar de ser partidarios de la donación de órganos, de la cremación y de la aventación de las cenizas. Es lo que queremos que se haga con nuestro cuerpo muerto.

Pero debemos reconocer que no conocemos otro pueblo en el mundo en que los cadáveres o partes de ellos sean objetos de una manipulación que va más allá del normal manejo de los cuerpos muertos, esto es: del velatorio, el sepelio, el retiro de restos y la reducción de los mismos.
Entre nosotros hay cientos de episodios de manipulación de cadáveres y de partes de ellos que no son normales. Y no lo son por el trato desconsiderado, cuando no salvaje, que se hace de esos restos, en detrimento del respeto que debe haber por ellos y por los sentimientos de los deudos.
El caso más flagrante es el ocultamiento que se hace, hasta hoy, de los cuerpos de los detenidos-desaparecidos de la última dictadura, fueran combatientes o no lo fueran. Así, las Fuerzas Armadas que se niegan a informar, impiden a los familiares de las víctimas que puedan hacer su luto y cerrar, con todo el dolor imaginable, ese capítulo de sus vidas. Aunque sabido es que los cuerpos arrojados al mar, dado el transcurso del tiempo, son prácticamente irrecuperables, debería informarse sobre quiénes han tenido ese horroroso destino. Pero, además, por qué ocultar el lugar donde están enterrados los detenidos asesinados. Entre esos cuerpos ocultos está el de Mario Roberto Santucho.
Nuestra historia registra casos espeluznantes de manipulación de cadáveres: uno de ellos es el de Juan Genaro Berón de Astrada, al que después de muerto el 31 de marzo de 1839 en la batalla de Pago Largo, recibió 18 lanzasos, se le cortó una oreja y se le sacó una lonja de cuero de su espalda con la que se confeccionó una manea que se regaló a Juan Manuel de Rosas.
Otro es el caso de Francisco ’’Pancho’’ Ramírez, vencido en la batalla de Río Seco el 10 de julio de 1821, a quien se cortó la cabeza que se exhibía como trofeo sobre el escritorio de Estanislao López después de haber sido expuesta en el Cabildo.
También se cortó la cabeza de Marco Avellaneda, detenido y muerto en Metán el 3 de octubre de 1841, la que fue colocada en una pica en la plaza de Tucumán, de donde fué rescatada. Se trozó su cuerpo, pero antes se sacó una lonja de su espalda para hacer otra manea.
La cabeza de Avelino Viamonte, hijo del general Juan José Viamonte fue cortada y paseada por las calles al grito de ’’sandia calada’’.
El cuerpo de Juan Galo de Lavalle, muerto el 9 de octubre de1841 fue llevado desde Jujuy hasta Potosí, para impedir que su cuerpo fuera maltratado y vejado por sus enemigos.
Los restos de Juan Manuel de Rosas, estuvieron condenados por años a la expatriación por la sentencia poética de José Mármol: ¨ni el polvo de tus huesos la Amárica tendrá’’.
Los restos del general José de San Martín, fueron depositados después de agudas resistencias en suelo extracatedralicio, abandonado su cuidado por la Curia en 1884. El cajón está colocado inclinado cabeza abajo por su adhesión masónica.
Cuando se trasladaron los restos de Manuel Belgrano, los ministros Pablo Richieri y Joaquín V. González se llevaron, cada uno, un diente del prócer, que ante el escándalo provocado, devolvieron aduciendo que los querían mostrar al general Julio Argentino Roca.
Y, ya más cerca nuestro, el tratamiento bestial e irrespetuoso dado al cuerpo de Eva Perón después del golpe militar de 1955, robado de la Confederación General del Trabajo, llevado a Italia, donde permaneció sepultado con nombre supuesto y traido en canje por el cadáver de Pedro Eugenio Aramburu, también robado de su sepulcro. Ultimamente, el corte de las manos del general Juan Domingo Perón, sin que aún se haya descubierto a los autores de la profanación.Podríamos seguir.
De ninguna manera objetamos al traslado de los restos del general Perón a un mausoleo en San Vicente en tanto se lo haga respetuosamente y sin aprovechamientos ni actitudes subalternos. Simplemente queremos respeto por los muertos, por todos los muertos.

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